Un Viaje por la Cultura Dominicana
- Maria Aduke Alabi

- 25 sept
- 3 Min. de lectura
Maria Aduke Alabi Septiembre 25, 2025

"No solo somos sol, merengue y playa, también somos gente, sonrisa y calor humano" - Maria Aduke Alabi
Caminar por las calles de Santo Domingo es como hojear un libro abierto escrito en colores vivos, ritmos vibrantes y voces que cuentan historias centenarias. Desde la melodía del merengue, la bachata o en dembow que se escapan de las esquinas, hasta la sonrisa cálida de el vendedor en el mercado, todo nos recuerda que la cultura dominicana no es un concepto abstracto: es una forma de vivir, de resistir y de soñar.
Cada paso por la ciudad revela una mezcla única de historia y modernidad: fachadas coloniales que guardan secretos de siglos pasados de esclavitud y dominación, pero también de herencia y hispanidad, aromas de café recién colado que se entrelazan con las risas en los callejones, y de nuevo, una música que parece brotar de la misma tierra. La cultura aquí no se observa desde lejos, se respira, se siente y se comparte. Se saborea, se baila y se disfruta.
Hablar de cultura dominicana es hablar de raíces profundas y ramas abiertas al mundo. Es el eco de nuestros ancestros taínos, el susurro de África en cada tambor, la herencia española en cada palabra pronunciada. Es también la fuerza del presente, un pueblo que crea, transforma y protege su identidad con orgullo.
En este viaje cultural, las ciencias pueden describirla, las leyes pueden protegerla y la historia puede explicarla, pero es el pueblo dominicano quien la hace viva. Porque la cultura no se cuenta solo con datos, sino con alma, con ritmo y con memoria.
Cuántas historias, cuántos secretos, cuántas sonrisas y también lamentos se esconden en sus calles. La belleza simple de su gente se desborda en las miradas gentiles y en los gestos cotidianos. A veces, el alma de un país se revela no en cifras ni definiciones, sino en un susurro, en un tambor, en una flor que florece donde nadie más la ha visto.
Y es que hay cosas que la prosa por sí sola no alcanza a decir y intentarlo sería una distorsión, pues lo convertiría en prosa poética o quizá en poesía en prosa; pero si pudiera resumir lo que somos —lo que vibra bajo nuestra piel, lo que canta en nuestros huesos— lo haría en versos. Porque ser dominicano es más que un gentilicio: es un canto de pertenencia que atraviesa generaciones.
Por eso, dejo que hable el alma.
Este poema, “Soy Quisqueya”, nace del corazón de esta tierra y es un homenaje a lo que somos, a lo que hemos sido y a lo que aun seguimos construyendo: un intento de decir con poesía lo que la cultura dominicana significa para mí.
Poema – Soy Quisqueya
Soy tierra bañada de mar,
que a su vez fresca y calurosa seduce,
conquistando almas de larimar
hipnotizadas por el vaivén de su cauce.
Soy canto de tambor que nunca calla,
dentro y fuera, latires que retumban,
junto al susurro africano
y la música en la sangre que enchumba.
Larimar en la palma de mi abuela,
rosa que florece en la brisa de Bayahibe.
Soy eco taíno,
susurro africano,
palabra española en el viento del Caribe.
Orgullosamente prieta, negra descendiente de batey.
Soy merengue que gira la falda,
bachata que llora y sonríe,
Dembow que a mi cuerpo alborota.
Guardiana de un pasado que baila conmigo hacia el futuro.
Soy cultura viva,
soy alma que resiste,
soy Quisqueya.
La Quisqueyana que aun vive.
En cada verso, en cada calle, en cada melodía que vibra en nuestra tierra, la cultura dominicana permanece intacta y, al mismo tiempo, siempre en evolución. Es raíz que se aferra a la historia y llama que ilumina el porvenir, recordándonos que ser dominicano es un privilegio, un acto de resistencia y una celebración constante a una la vida llena de compadres, familiares y amigos.
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